sábado, 16 de julio de 2016

ANTICIPO DE "EL ONI EN LA ALFOMBRA"

Ciertamente, he tardado mucho en volver a escribir en el blog, pero aquellos que me conocéis ya sabéis los motivos: "El Brillo de la Tinta Erótica" me ha mantenido (y aún me mantiene, vaya) muy ocupado.

No obstante, quiero dejaros el anticipo de la que va a ser mi primera novela, "El Oni en la Alfombra", un texto que, aunque no lo parezca, ya lleva un cierto periplo literario, incluyendo su participación en el Premio Literario Minotauro de Literatura Fantástica y de Terror 2016.

Al igual que mi anterior trabajo, esta obra también aparecerá en formato papel y digital en la plataforma digital Amazon.

Espero que disfrutéis de este adelanto a mi obra.



SINOPSIS:



Esteban siempre estuvo encaprichado de un antiguo secreter, con sus cajones ocultos y todos aquellos secretos que imaginaba escondidos entre sus paredes. Pero lo que nunca imaginó fue que se enamoraría de una vieja alfombra llena de misteriosos dibujos a pesar de las advertencias de Fermín, el anticuario.

De pronto, toda la vida del tranquilo Esreban se pone patas arriba, sus más oscurtos deseos se cumplen, aunque no siempre de la manera que a él le gustaría. Pero pronto descubre que el precio que tiene que pagar por su bienestar es demasiado alto, y la moneda de cambio puede resultar ser su propia alma.

Perseguido por la policía, acuciado por el miedo, una serie de misteriosos sucesos se van sucediendo uno tras otro, a cada cual más aterrador. Sus sueños se convierten en pesadillas demasiado reales. Y, oculto tras el telón de fondo, en el rincón más oscuro del escenario, la sombra de un horror que se ha fijado en él y que no le quita la vista de encima ni por un segundo.

Un ser ancestral, inmortal y hambriento que pone en juego su vida y su propia alma tras la consecución de un oscuro deseo...


EL ONI EN LA ALFOMBRA



SAISHO NO HAIKU: SHISSHIN

Era una tarde cualquiera cuando entró en la vieja tienda de antigüedades. Desde siempre le había llamado la atención su escaparate, lleno de cachivaches curiosos que despertaban su imaginación y le hacían revivir el romanticismo de épocas pasadas ya extintas que jamás conocería si no era por películas antiguas y novelas de folletín.

Lupas con mango de marfil. Lámparas de escritorio, con la pantalla verde, con el tufo del ayer del que carecían las reproducciones actuales. Pósters de películas. Postales en tono sepia. Un juke box. Una gramola. Escudos de armas.
De todo.

Sin embargo, lo que más le atrajo la atención aquel día no era nada de lo anterior. Por norma, le gustaba perder la mirada por los artículos de escritorio. Llevaba años enamorado de un secreter color caoba con numerosos cajones laterales y su más que imprescindible panel corredizo, pero ese día fue otro objeto el que atrajo su mirada imperiosamente.


Era una alfombra, un alargado rectángulo de dos metros y medio de largo por uno de ancho color burdeos, con lana tintada en dorado entremezclado con la rojiza, dibujando un sinfín de formas alargadas a las que la imaginación daba una forma sin ser nada en concreto en realidad.

Abrió la puerta. Una campanilla tintineó alegremente sobre su cabeza. El sonido le hizo sonreír. El vintage se había puesto muy de moda, pero aquello le daba un nuevo sabor a la vida, algo mejor que lo que tenía realmente.

Un hombre menudo, casi octogenario, de nevada cabellera que raleaba sobre un cráneo casi pelado, apareció desde la trastienda limpiándose las manos en un trapo viejo que no cesaba de frotarse contra la piel. Lo miró con curiosidad tras sus gafas de lentes redondas antes de esbozar una sonrisa que hizo que las puntas de su frondoso bigote se alzaran. Dio unos cuantos pasos en dirección al recién llegado con el rostro iluminado por aquella sonrisa.

–Disculpe usted –dijo con voz ronca–. Estoy barnizando un mueble ahí atrás que me está dando algún trabajo. Espero no haberle hecho esperar.

–No, en absoluto –respondió el joven con una sonrisa.

– ¿En qué puedo ayudarle?

–Estoy antojado de esa alfombra –dijo, señalando el objeto con un golpe de su mentón–. ¿Qué precio tiene? 


La sonrisa desapareció de golpe, como borrada por un ácido. Una sombra oscura tiñó el rostro del antes afable vendedor, haciendo que las pobladas cejas se fruncieran.

–No está a la venta –dijo el anciano.

–Bueno, la verdad es que estoy muy interesado –insistió el hombre–. Llevo una eternidad tras el secreter que tiene ahí, pero me ha llamado mucho la atención esa alfombra. Y creo que me puede venir de miedo para mi casa.

–De miedo… –repitió el otro, en tono lúgubre.

–Sí, estoy estrenando piso y…

El vendedor alzó una mano pecosa recubierta por un vello canoso y la movió de manera suave, casi imperceptible, como si acariciara el aire. Repitió el movimiento unos segundos antes de detenerse.

–No –dijo, tajantemente–. Esa alfombra no está a la venta. No sabe lo mal que le vendría a su piso nuevo tener una reliquia como esa.

El joven alzó una ceja, contrariado y extrañado al mismo tiempo.

– ¿Cómo de mal le vendría? –repitió, en tono burlón.

El anciano lo miró con gravedad desde el otro lado de las pantallas de vidrio de sus lentes. Los ojos se dilataron, mostrando el iris un inquietante color violáceo.

–De muerte.

El joven suspiró.

–Oiga, sé que soy un pesado y un plasta, pero estoy muy interesado en esos dos artículos de su tienda, de verdad.

–No tiene ni idea de lo que me está pidiendo, ¿verdad?

El otro le miró extrañado. Negó con la cabeza, en silencio.

–Oiga, de verdad, sólo quiero hacer una buena compra, y su tienda me encanta. Y estoy enamorado de ese secreter, en serio. Lo que pasa es que he visto esa alfombra y…

La cabeza casi pelada del hombre se volvió a mover horizontalmente de manera muy lenta y pausada.

–No puedo. Estoy deseando de liberarme de ese objeto, pero no puedo. En serio que lo siento muchísimo. En el alma –dijo, en tono apenado.

–No le entiendo –le dijo–. Vamos a ver, si es por cuestión de dinero, creo que se podría negociar hasta que acordásemos un precio que a los dos nos interesara…

–Llevo mucho tiempo queriendo quitarme ese trozo de lana tejida. Es muy, pero que muy antigua. La trajeron de Japón hace más de un siglo –explicó. Le tendió una de sus pecosas manos–. Por cierto, me llamo Fermín.

–Esteban –dijo el joven, estrechándosela–. Encantado. Entonces, si es una pieza tan antigua, debe tener un gran valor.

–No, no tiene precio. Ése es el problema. Y quiero quitármela como sea, del modo que sea, pero no puedo.

Súbitamente, un extraño murmullo pareció llenar, la estancia. Esteban miró al techo. Parecía que le sonido procedía de alguna parte del cableado oculto bajo el doble techo. Fue a decirle algo al pequeño hombrecillo que tenía ante sí, pero quedó mudo al observar que el anciano tenía la mirada fija en algún punto situado a su derecha, soslayando con la mirada algo que, al parecer, no podía estar a la vista.

El joven alzó la vista, buscando qué era lo que miraba el vendedor.

Resaltando con brillo propio, se fijó en la alfombra.

–No –murmuró Fermín como si estuviera hablando con alguien, presente en la habitación aunque invisible a sus ojos.

Pero la estancia estaba vacía.

– ¿No qué? –preguntó.

Fermín parpadeó, como si regresara a la realidad tras un breve sueño.

–Nada –dijo.

–Le decía que tendrían que mirarle el tendido eléctrico. Ese ruido puede ser que algo malo esté pasando ahí dentro –Y alzó un dedo con el que señaló el techo.

La mirada del vendedor se afiló.

–Algo malo… malísimo… –murmuró.


–Bueno, ¿me va a poner precio a todo el lote? –preguntó.

De nuevo, la mirada enigmática del anciano taladrándole.

–Doscientos veinticinco –anunció.

– ¿Por todo? –preguntó extrañado Esteban.

El hombre asintió en silencio.

–Digamos que es una oferta especial –dijo el anciano.

El joven asintió, satisfecho y sonriente, por el precio. Era muchísimo menos de lo que se esperaba. El anciano se dirigió hacia el mostrador y le tomó nota del pedido, y se apuntó la dirección en la que debían entregarlo.

–Esta tarde lo tendrá ahí –prometió el anticuario–. No obstante, recordarle que, en la factura, tiene el teléfono de la tienda para lo que pueda necesitar.

–Claro –dijo Esteban, pletórico y feliz, sin escucharle–. Seguro.

Eran poco más de las cinco de la tarde cuando la furgoneta del reparto se le presentó en su piso con toda la mercancía.


GRAHAM PLOWMAN-H. P. Lovecraft's The Hound