La imagen que aporto al personaje que presento en esta narración es la de Cristoph Waltz en "Malditos Bastardos", de Quentin Tarantino, en una interpretación inemsa que le valió el Oscar en 2009.
En cuanto a la aportación musical, he decidido emplear esta partitura para acompañar la lectura de este capítulo:
BLIND WILLIE JOHNSON - God Moves On The Water
He aquí mi pequeña aportación.
Espero que la disfrutéis.
CAPÍTULO
IX - EL ESCALOFRÍO
La impresionante fachada de la mansión Rowmir creció
ante sus ojos a medida que se acercaban. Peter Mongabay recordó los inmensos
castillos y mansiones que vio durante la guerra en la vieja Europa. Aquella
propiedad que se erigía hacia el cielo tenía la misma esencia, el aspecto
imponente y amenazador de los dedos de un dios maldito tratando de tocar las
estrellas.
Detective Peter Mongabay
Un escalofrío recorrió la espalda del detective de
Nueva Orleans: algo no iba bien. A su lado, Scott Blake no cesaba de charlar
animadamente.
–Una bella propiedad, similar a algunos caseríos que
tenemos en las comarcas de mi añorada Inglaterra –oyó que decía.
–Sí, los conozco –apuntó Mongabay.
Sintió que el británico lo miraba de soslayo. La luz
resbaló pesadamente sobre el pelo engominado del robusto detective. Mongabay se
recordó en silencio quién pagaba a aquel gigante de aspecto apacible y modales
refinados.
–Veo que estuvo usted en la guerra, mi querido
amigo. Esa fea cicatriz que le asoma por el cuello me recuerda ciertos
episodios de entonces. Y tiene la mirada perdida del que estuvo en el frente,
en la trinchera, sangrando y padeciendo en una lucha que no le iba ni le venía.
Mongabay se acarició la franja de tejido cicatricial
que asomaba por el cuello de su camisa, e hizo una nota mental: Blake no era
tan estúpido como parecía.
Detective Scott Blake
El de Nueva Orleans no quiso responder. No quería
recordar los horrores que vio ni el sufrimiento que padeció.
La señora Nispel sacó un grueso juego de llaves del
bolsillo y les franqueó la entrada a la mansión. Los ojos de los dos detectives
no tardaron en moverse nerviosos por todos los rincones. La propiedad era de
dimensiones tan colosales que la propia mirada se perdía.
Mongabay tuvo un escalofrío: un sentimiento de
familiaridad le asaltó, como si ya conociera aquel lugar.
Blake pasó un dedo por los muebles.
–Felicidades, señora Nispel –dijo, observando la
yema–. Absolutamente impoluto. Debe resultar agotador para una persona de su
edad tener que encargarse de la limpieza y el mantenimiento de una finca tan
enorme.
La mujer lo fulminó con una mirada a la que el
detective británico ni se molestó en responder.
–De la limpieza nos encargamos mi hija y yo. Del
mantenimiento, el señor Vex –explicó.
–¿El también conoció a Williams antes de su
desaparición?
La mujer dedicó una enigmática mirada a Mongabay
antes de encogerse de hombros.
–Supongo. Ni idea. Pregúnteselo a él.
El detective sonrió: el ama de llaves era un
diccionario abierto por la página de lo lacónico.
–Estaría bien hablar con el señor Vex –intervino
Scott Blake–, si a mi colega americano le parece bien.
Mongabay asintió en silencio mientras sus ojos iban
y venía por el recibidor y se filtraban por algunas puertas adyacentes. Desde
una de ellas le llegó la visión de libros. Tuvo una idea: el notario era un
hombre de letras, y estos suelen sentirse atraídos por los libros como las
moscas a la miel.
Sin decir una palabra, obviando al británico y a la
guardesa, el detective de Nueva Orleans dirigió sus pasos hacia la biblioteca
mientras era seguido en silencio por las miradas de la señora Nispel y Scott
Blake.
–Sí, claro –expresó su descontento la mujer, alzando
un poco la voz–. Sírvase usted mismo.
Señora Nispel
Blake, impertérrito, comenzó a buscar en otra
dirección.
La biblioteca era una sala descomunal, con un techo
altísimo de varias plantas de altura. La distribución de la casa engañaba: el
exterior no tenía anda que ver con el interior. Se le vino a la mente la idea
de Samuel Williams precipitándose desde las alturas. Seguramente, la caída hubiera
sido más que suficiente para haberle matado.
Miró a su alrededor, buscando algún indicio de
impacto que pudiera reafirmar su teoría. El caro suelo de parqué parecía estar
en perfecto estado, nada indicaba que
hubiera sido renovado recientemente. Ni salpicaduras a baja altura en los
zócalos, ni en las patas de los muebles. Incluso se tiró debajo de algunos
butacones y observó el tapizado a la luz de su mechero, con resultados
infructuosos.
Vale, pudiera ser que no se hubiera precipitado,
pero no podía descartar nada.
Se acercó a las estanterías y comenzó a leer títulos
de los lomos de los volúmenes de apariencia impoluta y vetusta que se alienaban
con pulcritud en el anaquel de madera. Algunos libros mostraban señales del
deterioro propio del uso y del inclemente paso del tiempo. Primeras ediciones,
clásicos, novedades, grandes nombres de la literatura.
Una fortuna en papel.
Se estaba incorporando cuando una figura atrajo su
atención. Al principio no era más que una mancha que soslayó con la mirada,
pero luego quedó patente, y la sensación de familiaridad volvió a cobrar
intensidad de manera incómoda.
Frente a él, exactamente igual que en su anillo,
había aparecido la efigie de un Cuervo que parecía estar mirándose en el espejo
que tenía ante sí.
Peter Mongabay se acercó lentamente, estudiando
detenidamente la poderosa imagen. El espejo estaba rodeado por una serie de
volutas, extrañas, que mostraban a su vez un diminuto grabado extendiéndose por
su superficie. Se concentró en los contornos y se dio cuenta que las ondas se
iban derramando suavemente para crear una figura más grotesca, de proporciones
colosales, pero terriblemente monstruosa. En las alturas, la estatua del cuervo
le devolvió la mirada desde el espejo, haciéndole sentir como el protagonista
de los versos de Poe.
Súbitamente, ante sus ojos, algo captó su atención:
un volumen antiguo vuelto de espaldas, de modo que sólo veía el canto de las
hojas y no el lomo con el título y el autor, del que sobresalía una pequeña
resma de papel.
Un pliego demasiado nuevo en un volumen demasiado
antiguo.
Mirando furtivamente por encima del hombro, tomó el
pequeño tomo y le dio la vuelta. Estaba escrito en un idioma indescifrable, sin
título ni autor, pero el interior estaba ricamente adornado con ilustraciones
que supuso de alguna cultura oriental y por una mano no especialmente ducha en
el dibujo.
Las estampas mostraban a un ser monstruoso al que se
dedicaban sacrificios humanos, que desfloraba a mujeres jóvenes, y que
terminaba por mostrarse en toda su gloria y esplendor, con un manto de
oscuridad extendiéndose a sus pies desde lo que parecía un mar, con una ciudad
de características imposibles a sus espaldas.
El trozo de papel que había llamado su atención, era
una hoja con membrete: Samuel Williams, notario, con dirección en calle Canal,
Nueva Orleans. Bajo el sello, notas tomadas apresuradamente, con trazo
nervioso, casi ilegibles.
Sin pensárselo dos veces, se guardó el pequeño libro
bajo la chaqueta, ceñido a su cuerpo por el cinturón.
Un susurro recorrió las paredes, como si algo le
observara desde el otro lado del tabique, algo que se movía a una gran
velocidad. Una voz sobrenatural retumbó en su mente:
Ph´nglui mglw´nafh Cthulhu R´lyeh wgah´nagl fhtagn
Súbitamente, se sintió observado.
–¿Puedo ayudarle en algo? –preguntó a sus espaldas,
una voz en un extraño acento europeo.
Mongabay se dio la vuelta, sobresaltado. Un hombre
de mediana estatura, cabellos rubios y pulcra presencia lo mirada con aire
divertido desde la entrada a la estancia. Vestía uniforme de mayordomo, pero
algo le decía al detective que no era precisamente un criado cualquiera.
–Soy Peter Mongabay. La señora Williams me ha
contratado para averiguar el paradero de su marido –se presentó rápidamente–. Y
usted es…
El hombre se adelantó unos pasos e inclinó suavemente
la cabeza a modo de reverencia.
–Herr Vex,
mayordomo y encargado del mantenimiento de la finca.
Ese rostro… tan familiar…
–¿Nos conocemos, herr
Vex? –preguntó el de Nueva Orleans. Acento centroeuropeo, sin duda alguna–. ¿De
la guerra, quizás?
–Lo dudo –negó el otro, con una amable sonrisa en
los labios–.Soy suizo, y no participamos en la contienda, como bien sabrá.
Mongabay asintió pesadamente mientras asimilaba la
mentira que le acababan de lanzar. Su experiencia como policía militar y
detective privado le había enseñado a reconocer los subterfugios y embustes de
los mentirosos, y este hombre era muy bueno, pero le mentía. Seguro.
Se giró hacia la estantería para concentrarse de
nuevo en el grabado de la criatura que se escondía tras el espejo. Pudo atisbar
entre las volutas labradas en la madera barnizada las afiladas garras de lo que
parecía ser una deidad monstruosa. Una de las ondas que se derramaba a los
lados de la estantería conectaba con la cabeza que se perfilaba alrededor del espejo,
creyendo distinguir en ella un tentáculo de repugnante apariencia.
–¿Conoció al señor Williams? –preguntó el
investigador.
–Sí –dijo el mayordomo a sus espaldas–. Un hombre
muy amable y educado. Pasaba mucho tiempo en esta estancia cuando visitaba la
mansión. Disfrutaba mucho con la lectura de algún ejemplar raro de esta
biblioteca que, la verdad, goza de algunos volúmenes muy cotizados… y
codiciados –añadió, cambiando la entonación de las palabras.
¿De qué coño conocía al jodido suizo?
–¿Le vio hablar con alguien? ¿Se comportó de manera
extraña? –Mongabay se dio la vuelta, encontrándose con la mirada interrogante
del suizo–. Me refiero a que si tuvo una conducta rara, si frecuentaba
amistades nuevas, o si le recuerda alguna frase fuera de lugar, pero que ahora
habría adquirido sentido.
Vex meditó unos instantes.
–No –respondió
finalmente–. La única compañía de la que le vi gozar fue la de una bella
señorita negra. Y ya lo creo que la gozaba –apuntó, con una sonrisa.
Bueno, al parecer Vex había visto a Williams con
Clarice Roland. Parecía que la teoría de la fuga con su amante de color iba
tomando peso. Todo un escándalo para una sociedad tan cerrada como aquella, con
el segregacionismo en todo su esplendor, y todo un desperdicio en su propia
opinión, teniendo en cuenta el bombón de mujer que era Elisabeth Williams.
–¿Su secretaria, tal vez?
–Puede, aunque se les veía bastante acaramelados, la
verdad. No obstante, a ella se la veía muy nerviosa, inquieta, como si
prefiriera estar en otro lugar. De hecho, la última vez ambos vinieron con
muchas prisas.
–¿Qué hicieron en esa última visita? –se interesó
Mongabay.
–¿Se refiere a si se buscaron un rincón discreto y
apartado de miradas curiosas para copular? –señaló el suizo, con una afilada
sonrisa en los labios. El detective le respondió con el silencio de una fría
mirada–. No, la verdad es que no salieron de la biblioteca, consultando varios
volúmenes de la misma, justo de la estantería que tiene a su lado.
Mongabay se giró, y la estatua del cuervo le devolvió
la mirada desde su reflejo en el espejo en las alturas, silencioso como la
sombra de un guardián.
Un recuerdo lo asaltó.
Recordó.
Entre el frío glacial y la nieve asesina de
Bastogne, dejando un reguero de muerte y destrucción a su paso. Uno de los blancos
fijados por la entonces OSS, ahora la CIA, como prioritarios. La orden era muy
concreta: búsqueda, localización y destrucción por cualquier medio.
Herr Vex (Wulfgar von Kriegg)
Herr Vex era Wulfgar von Kriegg, alto oficial de las
SS y uno de los consejeros ocultistas del mismísimo Adolf Hitler.
Y uno de los asesinos de guerra más buscados del
mundo.
© Copyright 2015
Javier LOBO. Todos los derechos reservados.
ResponderEliminarRealmente magistral, ¿Te has excedido en el número de palabras? Puede ser, si, en realidad has superado el límite, el límite de lo magistral. Mis felicitaciones, has creado una atmosfera envolvente, no podía parar de leer hasta el final del capítulo, momento en el que he pensado “Joder, ¿Ya está, no hay más?
Bravo maestro.
Muy bueno. Lo acabo de terminar y lo he disfrutado, me encanta como va girando la trama y como explicas los sucesos. Enhorabuena, me parece un gran trabajo, por no hablar de las nuevas incorporaciones "personajiles" jeje ; )
ResponderEliminarUna más que interesante capítulo que aporta varias novedades: Blake no parece tan estúpido como aparentaba (aunque quizás prefiere mostrarse tal como no es), Peter descubre el grabado de su anillo, el volumen y una hoja con notas de Samuel, y resulta que el "mayordomo" pudo ser un consejero ocultista de los nazis, tan ansiosos por incorporar lo sobrenatural a su arsenal en la guerra.
ResponderEliminarMuy buen trabajo :) ¡Un abrazo!
Has puesto un bloque de barro frente a ti y has ido dándole forma de una manera sublime. Gozo absoluto para el lector y seguidor de esta novela compartida. Un trabajo magistral, compañero.
ResponderEliminarAbrazando el hilo del misterio subterráneo, desmadejando el misterio, creando nuevas connotaciones y revelaciones de lo oculto, y obsequiándonos con un nuevo y sensacional personaje qué, une trama de la mansión, de la desaparición de Williams y del pasado de Mongabay.
Un trabajo perfecto.
¡Abrazo, Amigo de Letras! :)